viernes, 27 de julio de 2012

El capital del yo: El retorno de lo reprimido y el malestar de otra cultura


El retorno de lo reprimido. Perspectivas actuales.
Durante los años posteriores el mundo vivió acontecimientos de suma trascendencia que también impactaron la configuración del capitalismo de la época. En específico, la Segunda Guerra Mundial y la posterior guerra ideológica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética –y la posterior caída de este bloque- fueron parte, entre muchos otros procesos, del recorrido que nos hizo desembocar en el capitalismo neoliberal de hoy en día. En las tres partes del documental que no fueron analizadas en el presente texto, se muestra también la relación de estos acontecimientos con las teorías psicológicas de cada época; por ejemplo, la psicología del yo, cuyo principal proponente fue Anna Freud, en la etapa post Segunda Guerra Mundial y la psicología humanista en los años de 1960 y 1970.
A la postre, los síntomas de ese modelo neoliberal también llega a los consultorios de los psicoanalistas. La sociedad de consumo, la de la información, la de la tecnología, la del capital financiero; donde no alcanza el tiempo, ni mucho menos la energía. Le entregamos tanto poder de satisfacción a todo esto que, si uno fuera estrictamente freudiano, hasta podría decir que casi ya logramos desalojar la meta original de la satisfacción sexual -no por casualidad han aumentado en los últimos años los casos de disfunción eréctil, eyaculación precoz, anorgasmia y frigidez-.
El desarrollo del capitalismo ha llegado a tal punto que ha permeado en lo más profundo de la psique humana. En ese sentido, se podría decir que el capitalismo es también un modelo para vincularnos con los objetos,  un modelo centrado en la ganancia de placer. Por ello, es un modelo económico que se sostiene muy bien ya que, por un lado, logró que el consumidor se satisfaga adquiriendo las mercancías, mientras que el capitalista lo hace aumentando su capital. Es importante aquí, entonces, ver la importancia del fetiche del dinero, en el sentido que permite al individuo depositar un contenido afectivo en ese objeto. Pero además, dentro de esta lógica capitalista, su obtención se vuelve necesaria para la propia satisfacción, e incluso aun más, para la supervivencia.
En épocas anteriores, la libertad pulsional la gozaba el jefe de la familia, el padre, quien era el que salía a trabajar, se relacionaba fuera del núcleo. En la perspectiva actual, donde ya la familia ha perdido muchas de sus significaciones anteriores y el desarrollo capitalista ha dotado a los individuos de autonomía con respecto al mismo, la libertad pulsional se encuentra en función de la apropiación del capital. Quien ostenta riqueza, ostenta poder. El ejercicio del poder es la posibilidad de controlar al entorno y a los demás individuos para crear condiciones favorables para satisfacerse a sí mismo. No en vano, la popular frase que dice el poder corrompe. En una sociedad donde el dinero es poder, el dinero corrompe.
Se podría decir entonces que, mientras que la clase burguesa se garantiza ahora su satisfacción pulsional a través del dinero, la clase proletaria se haya cada vez más constreñida, por lo que busca nuevas maneras de sublimar sus pulsiones. No en vano la concentración masiva del capital, producto del modelo neoliberal, se traduce en mayor violencia, consumo de drogas y criminalidad. El dinero, entonces, ha cumplido un importante papel en la cultura, que es el de encrudecer las posibilidades de satisfacción de la pulsión de una clase en beneficio de la otra. En se sentido, el capitalismo presenta también severas contradicciones a nivel de la psicología humana.
El malestar de otra cultura
La concepción de las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud debe ser enmarcada dentro del contexto histórico de la época y de la evolución del mundo occidental. Ya vimos cómo su concepción de ser humano y sociedad se vieron permeadas por el pesimismo experimentado tras la I Guerra Mundial. Además, las teorías de Freud estuvieron siempre basadas en la observación de sus pacientes, pero eso presente debía ser entendido en el marco de la historia y la prehistoria del individuo, de la especie y de la sociedad. Así, a través de lo social podemos entender al individuo, y la relación inversa también es válida.
Ya vimos también que la vida en sociedad nos impone una barrera que no debemos trasgredir, la cultura. Dice Freud que el ser humano tiene una tendencia orgánica a la destrucción, y que la cultura es el mecanismo que se ha instaurado como un superyó que impone castigos y nos inunda de culpa si no cumplimos su ideal. Reprimir o sublimar nuestra pulsión orgánica de destrucción es necesario para vivir en comunidad, pero nunca sería posible hacer que desaparezca.
Coincidentemente, Lefevbre, en El marxismo, nos dice que  esta corriente rechaza deliberadamente la subordinación definitiva, inmóvil e inmutable, de los elementos del hombre y de la sociedad entre sí; pero no por eso admite la hipótesis de una armonía espontánea. Comprueba, en efecto, la existencia de contradicciones en el hombre y en la sociedad humana. (1961, p.5)
En ese sentido, también se puede añadir que, mientras la reproducción de la especie nos convoca a la unión, la satisfacción de nuestra pulsión sexual, la cultura impone reglas que condicionan la manera en la que esto sucede. El enamoramiento es un buen ejemplo de esto. En ese estado, el objeto del enamoramiento es, sin duda, una enorme fuente de placer. Dice Freud que si pudiésemos tener una sociedad de individuos dobles, satisfechos libidinalmente en ellos mismos[1], podríamos entonces tener una sociedad basada en la utilidad de nuestro trabajo y en el agrupamiento por intereses. Sin embargo, en su teoría, todo nuestro modo de relacionarnos y de identificarnos se basa en las investiduras libidinales, por lo que, en el caso de los objetos de consumo, también se juegan estas energías.[2]
Lo anterior remite a uno de los postulados del marxismo, que cree que esta sociedad basada en los intereses, el libre juego de las facultades humanas, se alcanzaría con la eliminación de la propiedad privada y la explotación de una clase por la otra. Saciadas sus necesidades básicas, el ser humano podría dirigir sus energías hacia sus funciones superiores: el arte, el intelecto, la técnica, el conocimiento que le permita dominar cada vez más la naturaleza y apropiarse de sí mismo, eliminar su propia enajenación.
Una sociedad socialista, ciertamente, no sería sinónima de eliminar todo malestar en la cultura. Sin duda alguna sus manifestaciones podrían ser distintas a las del mundo capitalista. Ya sabemos que la tendencia a investir objetos de consumo con contenido afectivo fue producto de una construcción humana e histórica. En otra época, los vínculos se formaban en otras áreas, dentro del núcleo familiar, por ejemplo, que además garantizaba la supervivencia. Entonces, la apuesta sería lograr resignificar los objetos con los que los seres humanos relacionamos la propia satisfacción. Eso, sin duda, más que una respuesta suscitada ante un plan político, se construye a través de la historia, en un juego donde las decisiones y el contexto en el que se toman son de igual importancia.  
En ese sentido, se podría dar razón a Marx en su creencia de que sería posible el libre juego de las facultades, siempre y cuando se vincularan dichas actividades con la máxima satisfacción humana. En este punto creo que es fundamental el papel de la educación. Sin embargo, esto deja de lado uno de los dos objetivos de la cultura, según Freud. Cumple con su objetivo utilitario, de conquista a la naturaleza, pero no contempla la regulación de los vínculos. Si bien en una sociedad no capitalista, los vínculos serían distintos y, por ende, las restricciones impuestas por la cultura, el malestar siempre existiría en el sentido que ya esta última es, en sí, una construcción que limita la satisfacción plena de la pulsión en beneficio de la convivencia, y esa limitante existe desde algo tan básico como la prohibición del incesto. Entonces, el otro es la causa de nuestro malestar y, sin embargo, es también objeto de amor.
El propio Freud sintetiza lo anterior. En sus palabras, esas  dos  orientaciones  de  la  cultura  no  son  independientes  entre sí;  en  primer lugar,  porque los  vínculos recíprocos  entre  los  seres  humanos  son  profundamente  influidos  por  la  medida  de  la  satisfacción  pulsional  que  los bienes  existentes  hacen  posible;  y  en segundo  lugar,  porque el ser  humano  individual  puede  relacionarse  con  otro  como un bien  él  mismo,  si  este  explota su  fuerza  de  trabajo  o lo toma  como objeto sexual;  pero  además,  en  tercer lugar, porque  todo  individuo  es  virtualmente  un  enemigo  de  la  cultura,  que,  empero,  está  destinada  a ser  un  interés  humano universal. (Freud, El porvenir de una ilusión, 1992, pág. 5)
La misma construcción del psicoanálisis, entonces, tendría que ser en alguna medida repensada bajo un modelo social distinto, especialmente en cuanto a la posibilidad que este nos ha otorgado de comprender el malestar del individuo debido a la cultura[3]. En contrapartida, las ideas de Sigmund Freud lograron trazar -en conjunto con las voluntades políticas, los intereses del capital,  las construcciones históricas y las coyunturas de la época- el camino para la evolución del capitalismo y la expansión de los mercados. De ahí, la importancia de mantener en perspectiva cómo se juegan estos componentes, su interdependencia. Para los psicólogos, es indispensable para entender las construcciones psíquicas de sus pacientes. Para los sociólogos, politólogos y demás científicos sociales su importancia radica en la comprensión de las motivaciones, tanto conscientes como inconscientes, de los individuos y cómo estas juegan un papel fundamental en las masas, y por ende, en la construcción de las sociedades.

Referencias
Freud, S. (1992). El malestar en la cultura. En Obras Completas: Sigmund Freud (J. L. Etcheverry, Trad., 2° ed., Vol. 21, págs. 57-140). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1992). El porvenir de una ilusión. En Obras completas: Sigmund Freud (J. L. Etcheverry, Trad., 2° ed., Vol. 21, págs. 1-55). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.
Gilpin, R. (1990). La economía política de las relaciones internacionales. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano.
Keohane, R., & Nye, J. (1988). Poder e interdependencia. En Poder e interdependencia: la política mundial en transición. Buenos Aires, Argentina: Grupo Editor Latinoamericano.
Lefevbre, H. (1961). El marxismo. Buenos Aires, Argentina: EUDEBA.


[1] Para Freud, el hecho de que sea mediante investiduras libidinales la manera en la que nos relacionamos con los objetos es una de las razones por las que el malestar en la cultura es inevitable.
[2] No en vano la alta tasa de divorcios en la época actual. El capitalismo ha reconfigurado la manera en la que los seres humanos satisfacen sus necesidades, desde las más básicas hasta las más superfluas. A través de la venta de la fuerza productiva, el individuo puede ahora garantizarse a sí mismo autonomía del núcleo familiar patriarcal, que antes era la unidad económica más básica. La familia pasa a ser una unidad meramente socioafectiva que, sin embargo, en lo más reciente también ha perdido su significado ante la supuesta posibilidad de satisfacerse por completo en sí mismos.
[3] Esto es lo que han hecho muchos de los relectores de la obra de Freud y será un trabajo que habrá que seguir llevando a cabo constantemente.

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