El
retorno de lo reprimido. Perspectivas actuales.
Durante los años posteriores el mundo vivió
acontecimientos de suma trascendencia que también impactaron la configuración
del capitalismo de la época. En específico, la Segunda Guerra Mundial y la
posterior guerra ideológica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética –y la
posterior caída de este bloque- fueron parte, entre muchos otros procesos, del
recorrido que nos hizo desembocar en el capitalismo neoliberal de hoy en día.
En las tres partes del documental que no fueron analizadas en el presente
texto, se muestra también la relación de estos acontecimientos con las teorías
psicológicas de cada época; por ejemplo, la psicología del yo, cuyo principal
proponente fue Anna Freud, en la etapa post Segunda Guerra Mundial y la
psicología humanista en los años de 1960 y 1970.
A la postre, los síntomas de ese modelo neoliberal
también llega a los consultorios de los psicoanalistas. La sociedad de consumo,
la de la información, la de la tecnología, la del capital financiero; donde no
alcanza el tiempo, ni mucho menos la energía. Le entregamos tanto poder de
satisfacción a todo esto que, si uno fuera estrictamente freudiano, hasta podría
decir que casi ya logramos desalojar la meta original de la satisfacción sexual
-no por casualidad han aumentado en los últimos años los casos de disfunción eréctil,
eyaculación precoz, anorgasmia y frigidez-.
El desarrollo del capitalismo ha llegado a tal punto
que ha permeado en lo más profundo de la psique humana. En ese sentido, se
podría decir que el capitalismo es también un modelo para vincularnos con los
objetos, un modelo centrado en la ganancia de placer. Por ello, es un
modelo económico que se sostiene muy bien ya que, por un lado, logró que el
consumidor se satisfaga adquiriendo las mercancías, mientras que el capitalista
lo hace aumentando su capital. Es importante aquí, entonces, ver la importancia
del fetiche del dinero, en el sentido que permite al individuo depositar un
contenido afectivo en ese objeto. Pero además, dentro de esta lógica
capitalista, su obtención se vuelve necesaria para la propia satisfacción, e
incluso aun más, para la supervivencia.
En épocas anteriores, la libertad pulsional la gozaba
el jefe de la familia, el padre, quien era el que salía a trabajar, se
relacionaba fuera del núcleo. En la perspectiva actual, donde ya la familia ha
perdido muchas de sus significaciones anteriores y el desarrollo capitalista ha
dotado a los individuos de autonomía con respecto al mismo, la libertad
pulsional se encuentra en función de la apropiación del capital. Quien ostenta
riqueza, ostenta poder. El ejercicio del poder es la posibilidad de controlar
al entorno y a los demás individuos para crear condiciones favorables para
satisfacerse a sí mismo. No en vano, la popular frase que dice el poder corrompe. En una sociedad donde
el dinero es poder, el dinero corrompe.
Se podría decir
entonces que, mientras que la clase burguesa se garantiza ahora su satisfacción
pulsional a través del dinero, la clase proletaria se haya cada vez más
constreñida, por lo que busca nuevas maneras de sublimar sus pulsiones. No en
vano la concentración masiva del capital, producto del modelo neoliberal, se
traduce en mayor violencia, consumo de drogas y criminalidad. El dinero,
entonces, ha cumplido un importante papel en la cultura, que es el de
encrudecer las posibilidades de satisfacción de la pulsión de una clase en
beneficio de la otra. En se sentido, el capitalismo presenta también severas
contradicciones a nivel de la psicología humana.
El malestar de otra cultura
La concepción de las teorías psicoanalíticas de
Sigmund Freud debe ser enmarcada dentro del contexto histórico de la época y de
la evolución del mundo occidental. Ya vimos cómo su concepción de ser humano y
sociedad se vieron permeadas por el pesimismo experimentado tras la I Guerra
Mundial. Además, las teorías de Freud estuvieron siempre basadas en la
observación de sus pacientes, pero eso presente debía ser entendido en el marco
de la historia y la prehistoria del individuo, de la especie y de la sociedad. Así,
a través de lo social podemos entender al individuo, y la relación inversa
también es válida.
Ya vimos también que la vida en sociedad nos impone
una barrera que no debemos trasgredir, la cultura. Dice Freud que el ser humano
tiene una tendencia orgánica a la destrucción, y que la cultura es el mecanismo
que se ha instaurado como un superyó que impone castigos y nos inunda de culpa
si no cumplimos su ideal. Reprimir o sublimar nuestra pulsión orgánica de destrucción
es necesario para vivir en comunidad, pero nunca sería posible hacer que
desaparezca.
Coincidentemente, Lefevbre, en El marxismo, nos dice que esta corriente rechaza deliberadamente la subordinación definitiva, inmóvil e
inmutable, de los elementos del hombre y de la sociedad entre sí; pero no por
eso admite la hipótesis de una armonía espontánea. Comprueba, en efecto, la
existencia de contradicciones en el hombre y en la sociedad humana. (1961,
p.5)
En ese sentido, también se puede añadir que, mientras
la reproducción de la especie nos convoca a la unión, la satisfacción de
nuestra pulsión sexual, la cultura impone reglas que condicionan la manera en
la que esto sucede. El enamoramiento es un buen ejemplo de esto. En ese estado,
el objeto del enamoramiento es, sin duda, una enorme fuente de placer. Dice
Freud que si pudiésemos tener una sociedad de individuos dobles, satisfechos libidinalmente en ellos mismos[1],
podríamos entonces tener una sociedad basada en la utilidad de nuestro trabajo
y en el agrupamiento por intereses. Sin embargo, en su teoría, todo nuestro
modo de relacionarnos y de identificarnos se basa en las investiduras
libidinales, por lo que, en el caso de los objetos de consumo, también se
juegan estas energías.[2]
Lo anterior remite a uno de los postulados del
marxismo, que cree que esta sociedad basada en los intereses, el libre juego de
las facultades humanas, se alcanzaría con la eliminación de la propiedad
privada y la explotación de una clase por la otra. Saciadas sus necesidades
básicas, el ser humano podría dirigir sus energías hacia sus funciones
superiores: el arte, el intelecto, la técnica, el conocimiento que le permita
dominar cada vez más la naturaleza y apropiarse de sí mismo, eliminar su propia
enajenación.
Una sociedad socialista, ciertamente, no sería sinónima
de eliminar todo malestar en la cultura. Sin duda alguna sus manifestaciones
podrían ser distintas a las del mundo capitalista. Ya sabemos que la tendencia
a investir objetos de consumo con contenido afectivo fue producto de una
construcción humana e histórica. En otra época, los vínculos se formaban en
otras áreas, dentro del núcleo familiar, por ejemplo, que además garantizaba la
supervivencia. Entonces, la apuesta sería lograr resignificar los objetos con
los que los seres humanos relacionamos la propia satisfacción. Eso, sin duda,
más que una respuesta suscitada ante un plan político, se construye a través de
la historia, en un juego donde las decisiones y el contexto en el que se toman
son de igual importancia.
En ese sentido, se podría dar
razón a Marx en su creencia de que sería posible el libre juego de las facultades,
siempre y cuando se vincularan dichas actividades con la máxima satisfacción
humana. En este punto creo que es fundamental el papel de la educación. Sin
embargo, esto deja de lado uno de los dos objetivos de la cultura, según Freud.
Cumple con su objetivo utilitario, de conquista a la naturaleza, pero no
contempla la regulación de los vínculos. Si bien en una sociedad no
capitalista, los vínculos serían distintos y, por ende, las restricciones
impuestas por la cultura, el malestar siempre existiría en el sentido que ya
esta última es, en sí, una construcción que limita la satisfacción plena de la
pulsión en beneficio de la convivencia, y esa limitante existe desde algo tan
básico como la prohibición del incesto. Entonces, el otro es la causa de
nuestro malestar y, sin embargo, es también objeto de amor.
El propio Freud sintetiza lo anterior. En sus palabras,
esas
dos orientaciones de
la cultura no
son independientes entre sí;
en primer lugar, porque los
vínculos recíprocos entre los
seres humanos son
profundamente influidos por
la medida de
la satisfacción pulsional
que los bienes existentes
hacen posible; y en
segundo lugar, porque el ser
humano individual puede
relacionarse con otro
como un bien él mismo,
si este explota su
fuerza de trabajo
o lo toma como objeto sexual; pero
además, en tercer lugar, porque todo
individuo es virtualmente
un enemigo de
la cultura, que,
empero, está destinada
a ser un interés
humano universal. (Freud, El porvenir de una ilusión,
1992, pág. 5)
La misma construcción del psicoanálisis, entonces,
tendría que ser en alguna medida repensada bajo un modelo social distinto,
especialmente en cuanto a la posibilidad que este nos ha otorgado de comprender
el malestar del individuo debido a la cultura[3]. En
contrapartida, las ideas de Sigmund Freud lograron trazar -en conjunto con las
voluntades políticas, los intereses del capital, las construcciones históricas y las
coyunturas de la época- el camino para la evolución del capitalismo y la expansión
de los mercados. De ahí, la importancia de mantener en perspectiva cómo se
juegan estos componentes, su interdependencia. Para los psicólogos, es
indispensable para entender las construcciones psíquicas de sus pacientes. Para
los sociólogos, politólogos y demás científicos sociales su importancia radica
en la comprensión de las motivaciones, tanto conscientes como inconscientes, de
los individuos y cómo estas juegan un papel fundamental en las masas, y por
ende, en la construcción de las sociedades.
Referencias
Freud, S. (1992). El malestar en la cultura. En Obras Completas: Sigmund Freud (J. L. Etcheverry, Trad., 2° ed., Vol. 21, págs. 57-140). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1992). El porvenir de una ilusión. En Obras completas: Sigmund Freud (J. L. Etcheverry, Trad., 2° ed., Vol. 21, págs. 1-55). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.
Gilpin, R. (1990). La economía política de las relaciones internacionales. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano.
Keohane, R., & Nye, J. (1988). Poder e interdependencia. En Poder e interdependencia: la política mundial en transición. Buenos Aires, Argentina: Grupo Editor Latinoamericano.
Lefevbre, H. (1961). El marxismo. Buenos Aires, Argentina: EUDEBA.
[1] Para Freud, el hecho de que
sea mediante investiduras libidinales la manera en la que nos relacionamos con
los objetos es una de las razones por las que el malestar en la cultura es
inevitable.
[2] No en vano la alta tasa de
divorcios en la época actual. El capitalismo ha reconfigurado la manera en la
que los seres humanos satisfacen sus necesidades, desde las más básicas hasta
las más superfluas. A través de la venta de la fuerza productiva, el individuo
puede ahora garantizarse a sí mismo autonomía del núcleo familiar patriarcal,
que antes era la unidad económica más básica. La familia pasa a ser una unidad
meramente socioafectiva que, sin embargo, en lo más reciente también ha perdido
su significado ante la supuesta posibilidad de satisfacerse por completo en sí
mismos.
[3] Esto es lo que han hecho
muchos de los relectores de la obra de Freud y será un trabajo que habrá que
seguir llevando a cabo constantemente.