viernes, 27 de julio de 2012

El capital del yo: El retorno de lo reprimido y el malestar de otra cultura


El retorno de lo reprimido. Perspectivas actuales.
Durante los años posteriores el mundo vivió acontecimientos de suma trascendencia que también impactaron la configuración del capitalismo de la época. En específico, la Segunda Guerra Mundial y la posterior guerra ideológica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética –y la posterior caída de este bloque- fueron parte, entre muchos otros procesos, del recorrido que nos hizo desembocar en el capitalismo neoliberal de hoy en día. En las tres partes del documental que no fueron analizadas en el presente texto, se muestra también la relación de estos acontecimientos con las teorías psicológicas de cada época; por ejemplo, la psicología del yo, cuyo principal proponente fue Anna Freud, en la etapa post Segunda Guerra Mundial y la psicología humanista en los años de 1960 y 1970.
A la postre, los síntomas de ese modelo neoliberal también llega a los consultorios de los psicoanalistas. La sociedad de consumo, la de la información, la de la tecnología, la del capital financiero; donde no alcanza el tiempo, ni mucho menos la energía. Le entregamos tanto poder de satisfacción a todo esto que, si uno fuera estrictamente freudiano, hasta podría decir que casi ya logramos desalojar la meta original de la satisfacción sexual -no por casualidad han aumentado en los últimos años los casos de disfunción eréctil, eyaculación precoz, anorgasmia y frigidez-.
El desarrollo del capitalismo ha llegado a tal punto que ha permeado en lo más profundo de la psique humana. En ese sentido, se podría decir que el capitalismo es también un modelo para vincularnos con los objetos,  un modelo centrado en la ganancia de placer. Por ello, es un modelo económico que se sostiene muy bien ya que, por un lado, logró que el consumidor se satisfaga adquiriendo las mercancías, mientras que el capitalista lo hace aumentando su capital. Es importante aquí, entonces, ver la importancia del fetiche del dinero, en el sentido que permite al individuo depositar un contenido afectivo en ese objeto. Pero además, dentro de esta lógica capitalista, su obtención se vuelve necesaria para la propia satisfacción, e incluso aun más, para la supervivencia.
En épocas anteriores, la libertad pulsional la gozaba el jefe de la familia, el padre, quien era el que salía a trabajar, se relacionaba fuera del núcleo. En la perspectiva actual, donde ya la familia ha perdido muchas de sus significaciones anteriores y el desarrollo capitalista ha dotado a los individuos de autonomía con respecto al mismo, la libertad pulsional se encuentra en función de la apropiación del capital. Quien ostenta riqueza, ostenta poder. El ejercicio del poder es la posibilidad de controlar al entorno y a los demás individuos para crear condiciones favorables para satisfacerse a sí mismo. No en vano, la popular frase que dice el poder corrompe. En una sociedad donde el dinero es poder, el dinero corrompe.
Se podría decir entonces que, mientras que la clase burguesa se garantiza ahora su satisfacción pulsional a través del dinero, la clase proletaria se haya cada vez más constreñida, por lo que busca nuevas maneras de sublimar sus pulsiones. No en vano la concentración masiva del capital, producto del modelo neoliberal, se traduce en mayor violencia, consumo de drogas y criminalidad. El dinero, entonces, ha cumplido un importante papel en la cultura, que es el de encrudecer las posibilidades de satisfacción de la pulsión de una clase en beneficio de la otra. En se sentido, el capitalismo presenta también severas contradicciones a nivel de la psicología humana.
El malestar de otra cultura
La concepción de las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud debe ser enmarcada dentro del contexto histórico de la época y de la evolución del mundo occidental. Ya vimos cómo su concepción de ser humano y sociedad se vieron permeadas por el pesimismo experimentado tras la I Guerra Mundial. Además, las teorías de Freud estuvieron siempre basadas en la observación de sus pacientes, pero eso presente debía ser entendido en el marco de la historia y la prehistoria del individuo, de la especie y de la sociedad. Así, a través de lo social podemos entender al individuo, y la relación inversa también es válida.
Ya vimos también que la vida en sociedad nos impone una barrera que no debemos trasgredir, la cultura. Dice Freud que el ser humano tiene una tendencia orgánica a la destrucción, y que la cultura es el mecanismo que se ha instaurado como un superyó que impone castigos y nos inunda de culpa si no cumplimos su ideal. Reprimir o sublimar nuestra pulsión orgánica de destrucción es necesario para vivir en comunidad, pero nunca sería posible hacer que desaparezca.
Coincidentemente, Lefevbre, en El marxismo, nos dice que  esta corriente rechaza deliberadamente la subordinación definitiva, inmóvil e inmutable, de los elementos del hombre y de la sociedad entre sí; pero no por eso admite la hipótesis de una armonía espontánea. Comprueba, en efecto, la existencia de contradicciones en el hombre y en la sociedad humana. (1961, p.5)
En ese sentido, también se puede añadir que, mientras la reproducción de la especie nos convoca a la unión, la satisfacción de nuestra pulsión sexual, la cultura impone reglas que condicionan la manera en la que esto sucede. El enamoramiento es un buen ejemplo de esto. En ese estado, el objeto del enamoramiento es, sin duda, una enorme fuente de placer. Dice Freud que si pudiésemos tener una sociedad de individuos dobles, satisfechos libidinalmente en ellos mismos[1], podríamos entonces tener una sociedad basada en la utilidad de nuestro trabajo y en el agrupamiento por intereses. Sin embargo, en su teoría, todo nuestro modo de relacionarnos y de identificarnos se basa en las investiduras libidinales, por lo que, en el caso de los objetos de consumo, también se juegan estas energías.[2]
Lo anterior remite a uno de los postulados del marxismo, que cree que esta sociedad basada en los intereses, el libre juego de las facultades humanas, se alcanzaría con la eliminación de la propiedad privada y la explotación de una clase por la otra. Saciadas sus necesidades básicas, el ser humano podría dirigir sus energías hacia sus funciones superiores: el arte, el intelecto, la técnica, el conocimiento que le permita dominar cada vez más la naturaleza y apropiarse de sí mismo, eliminar su propia enajenación.
Una sociedad socialista, ciertamente, no sería sinónima de eliminar todo malestar en la cultura. Sin duda alguna sus manifestaciones podrían ser distintas a las del mundo capitalista. Ya sabemos que la tendencia a investir objetos de consumo con contenido afectivo fue producto de una construcción humana e histórica. En otra época, los vínculos se formaban en otras áreas, dentro del núcleo familiar, por ejemplo, que además garantizaba la supervivencia. Entonces, la apuesta sería lograr resignificar los objetos con los que los seres humanos relacionamos la propia satisfacción. Eso, sin duda, más que una respuesta suscitada ante un plan político, se construye a través de la historia, en un juego donde las decisiones y el contexto en el que se toman son de igual importancia.  
En ese sentido, se podría dar razón a Marx en su creencia de que sería posible el libre juego de las facultades, siempre y cuando se vincularan dichas actividades con la máxima satisfacción humana. En este punto creo que es fundamental el papel de la educación. Sin embargo, esto deja de lado uno de los dos objetivos de la cultura, según Freud. Cumple con su objetivo utilitario, de conquista a la naturaleza, pero no contempla la regulación de los vínculos. Si bien en una sociedad no capitalista, los vínculos serían distintos y, por ende, las restricciones impuestas por la cultura, el malestar siempre existiría en el sentido que ya esta última es, en sí, una construcción que limita la satisfacción plena de la pulsión en beneficio de la convivencia, y esa limitante existe desde algo tan básico como la prohibición del incesto. Entonces, el otro es la causa de nuestro malestar y, sin embargo, es también objeto de amor.
El propio Freud sintetiza lo anterior. En sus palabras, esas  dos  orientaciones  de  la  cultura  no  son  independientes  entre sí;  en  primer lugar,  porque los  vínculos recíprocos  entre  los  seres  humanos  son  profundamente  influidos  por  la  medida  de  la  satisfacción  pulsional  que  los bienes  existentes  hacen  posible;  y  en segundo  lugar,  porque el ser  humano  individual  puede  relacionarse  con  otro  como un bien  él  mismo,  si  este  explota su  fuerza  de  trabajo  o lo toma  como objeto sexual;  pero  además,  en  tercer lugar, porque  todo  individuo  es  virtualmente  un  enemigo  de  la  cultura,  que,  empero,  está  destinada  a ser  un  interés  humano universal. (Freud, El porvenir de una ilusión, 1992, pág. 5)
La misma construcción del psicoanálisis, entonces, tendría que ser en alguna medida repensada bajo un modelo social distinto, especialmente en cuanto a la posibilidad que este nos ha otorgado de comprender el malestar del individuo debido a la cultura[3]. En contrapartida, las ideas de Sigmund Freud lograron trazar -en conjunto con las voluntades políticas, los intereses del capital,  las construcciones históricas y las coyunturas de la época- el camino para la evolución del capitalismo y la expansión de los mercados. De ahí, la importancia de mantener en perspectiva cómo se juegan estos componentes, su interdependencia. Para los psicólogos, es indispensable para entender las construcciones psíquicas de sus pacientes. Para los sociólogos, politólogos y demás científicos sociales su importancia radica en la comprensión de las motivaciones, tanto conscientes como inconscientes, de los individuos y cómo estas juegan un papel fundamental en las masas, y por ende, en la construcción de las sociedades.

Referencias
Freud, S. (1992). El malestar en la cultura. En Obras Completas: Sigmund Freud (J. L. Etcheverry, Trad., 2° ed., Vol. 21, págs. 57-140). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1992). El porvenir de una ilusión. En Obras completas: Sigmund Freud (J. L. Etcheverry, Trad., 2° ed., Vol. 21, págs. 1-55). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.
Gilpin, R. (1990). La economía política de las relaciones internacionales. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano.
Keohane, R., & Nye, J. (1988). Poder e interdependencia. En Poder e interdependencia: la política mundial en transición. Buenos Aires, Argentina: Grupo Editor Latinoamericano.
Lefevbre, H. (1961). El marxismo. Buenos Aires, Argentina: EUDEBA.


[1] Para Freud, el hecho de que sea mediante investiduras libidinales la manera en la que nos relacionamos con los objetos es una de las razones por las que el malestar en la cultura es inevitable.
[2] No en vano la alta tasa de divorcios en la época actual. El capitalismo ha reconfigurado la manera en la que los seres humanos satisfacen sus necesidades, desde las más básicas hasta las más superfluas. A través de la venta de la fuerza productiva, el individuo puede ahora garantizarse a sí mismo autonomía del núcleo familiar patriarcal, que antes era la unidad económica más básica. La familia pasa a ser una unidad meramente socioafectiva que, sin embargo, en lo más reciente también ha perdido su significado ante la supuesta posibilidad de satisfacerse por completo en sí mismos.
[3] Esto es lo que han hecho muchos de los relectores de la obra de Freud y será un trabajo que habrá que seguir llevando a cabo constantemente.

viernes, 20 de julio de 2012

El capital del yo: La sobreproducción del deseo y la crisis del bienestar

La sobreproducción del deseo.
            Hacia finales del siglo XIX, Estados Unidos ya se había consolidado como una nación con una economía mayormente industrial, tomando incluso liderazgo en muchas áreas. Los trabajadores se asentaban ahora alrededor de zonas urbanas, en donde se ubicaban también las fábricas, y así comenzaron a surgir las grandes ciudades de los Estados Unidos, con Nueva York a la cabeza debido a sus características geográficas y su puerto, por donde ingresaron millones de inmigrantes europeos en busca de trabajo.
            Debido a los avances propios de la revolución industrial, que devinieron en una mayor productividad, la preocupación ahora se centraba en la amenaza de sobreproducción. El gobierno estadounidense y los altos mandos de sus empresas necesitaban generar una estrategia. Detrás de la misma, radicaban algunos de los conceptos centrales del psicoanálisis, en específico de Sigmund Freud, que se habían formulado hasta el momento. Sobresalían las ideas sobre el inconsciente, la teoría de la libido y algunas de sus construcciones respecto al ser humano y la sociedad.
Parte de la teoría que Freud se encontraba desarrollando establecía que el principio del placer rige la vida pulsional[1] del ser humano. Es decir, todas nuestras acciones, aun cuando sean suscitadas por fuerzas de las que no podemos dar cuenta, tienen como meta restablecer el equilibrio del aparato anímico y a cancelar el sentimiento de displacer o suscitar uno placentero. Con esta base, se comprende que la tarea de los políticos y empresarios de la época consistió en lograr que los ciudadanos vinculasen los productos de consumo con su propia satisfacción.
Antes, los productos eran concebidos como artículos para suplir alguna necesidad. Es decir, se intercambiaban en función de su valor de uso, de acuerdo a su utilidad. Logrando que fuesen adquiridos en función del deseo, se alcanzaría que estos fuesen remplazados no al agotar su vida útil, sino en función de cómo hacen sentir al individuo. Esto tuvo sus repercusiones en el esquema de intercambio comercial, donde los precios ahora también reflejarían un valor agregado y la tensión entre la oferta y la demanda. Esto ocurría antes únicamente con los artículos de lujo; el plan consistió en universalizar esta lógica para todas las clases sociales[2].
En el documental queda claramente demostrado como esa ligazón entre bienestar y consumo fue obra de Edward Bernays –sobrino de Freud-, relacionista público quien fue el primero en acuñar el término, y quien estuvo a cargo de la propaganda política y empresarial de los Estados Unidos en buena parte del siglo XX. Bernays también trabajó para la CIA, gestando programas para la manipulación de las masas, en beneficio de los objetivos políticos de los Estados Unidos.

La crisis del bienestar. Estado vs capital privado.
            Entonces, ante una sociedad industrial que corre el peligro de sobreproducción, la respuesta la ofrecieron los grandes bancos de los Estados Unidos. A inicios de década de los 20, financiaron la creación de los primeros grandes almacenes por departamento. Tras ello, sobrevino el despliegue publicitario creado por Bernays. Durante esta época, se utilizarían por primera vez estrategias como la colocación de marcas en los filmes, la utilización de actores y actrices reconocidos para promocionar ciertas marcas, la publicación de estudios científicos cuyos resultados favorecían a una industria en específico, etcétera. Una nueva manera de manipular las mentes de las masas se había creado. Cuando antes la publicidad promocionaba los productos en términos de su funcionalidad, durabilidad y calidad (era basada en hechos), ahora se realizaba basada en la creación de identificaciones del yo con esos objetos.
            Las consecuencias en el plano económico de la puesta en acción de toda esta armazón capitalista se evidenciaron incisivamente en el colapso de la bolsa de valores, el 29 de octubre de 1929. Como ya es conocido, esto devino en una de las mayores crisis del sistema capitalista del último siglo. Años más tarde, aún buscando salir de la crisis, el presidente Roosevelt, quien llegó al poder en 1933, pondría en marcha el New Deal, que sienta las bases para un nuevo modelo de desarrollo, el del Estado benefactor. Esto,sin miramientos, tendrá grandes efectos sobre la organización de la economía.
A la vez que el individuo se recoge en sí mismo tras las consecuencias de la crisis y los efectos de la I Guerra Mundial, el plano político sigue una misma tendencia a centrar los esfuerzos en un desarrollo interno, no dependiente de los vaivenes del exterior. En ese sentido, las políticas intervencionistas ayudaron para redistribuir la riqueza, nacionalizar empresas, poner en práctica reformas laborales en beneficio de los trabajadores, etcétera. No obstante, estas ideas no eran bien recibidas por los empresarios, a favor del libre mercado.[3]
            Ante esta coyuntura, la respuesta de los capitalistas se fundamentaría una vez más en la nueva concepción de ser humano elucidada por Sigmund Freud. Esta vez, la estrategia consistió en lograr vincular el ideal de bienestar de la sociedad estadounidense con las empresas capitalistas. Así, se vendió la idea de que las empresas son el motor de (los Estados Unidos de) América y que de su prosperidad dependía la de toda la sociedad. En 1939, en la World’s Fair de la ciudad de New York, la General Motors, asesorada por Bernays, presentó Democracity, que podría traducirse como Democraciudad, donde se mostraba la maqueta de una ciudad futurista con autopistas de alta velocidad y altos edificios. Esto fue también respaldado luego por la cobertura mediática.
            En El malestar en la cultura, Freud dice que los dos objetivos fundamentales de la cultura son la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres (Freud, 1992, pág. 88). Las religiones, y sus representaciones de dios, responden a un ideal de esa cultura. Sin embargo, la revolución industrial y tecnológica ha dotado a los seres humanos de órganos auxiliares que le han permitido acercarse a ese ideal, alimentando así su narcisismo, entendido bajo la concepción freudiana.[4]
            Por otro lado, logrando crear ese vínculo, en apariencia inseparable, entre las empresas y el bienestar del individuo, estos se tornarían a su favor. El Estado comenzaría a ser concebido como un ente restrictivo, versus el mercado que se presenta como una entidad libre, autorregulada y gracias al cual los individuos pueden alcanzar su satisfacción a base de trabajo y consumo. En el texto de Freud, existe una hostilidad hacia la cultura que está precisamente en función de la restricción que ésta impone al cumplimiento del principio del place. Lo que aquí se logró fue volcar esta hostilidad hacia la figura del Estado y asociar la libertad del mercado como garante de la satisfacción propia.
El psicoanálisis permitió ligar los procesos políticos y económicos con las más profundas aspiraciones del ser humano, lo cual desembocó en una resignificación de los ideales del individuo. Ahora, con productos que se presentan como objetos de placer y como una expresión exterior del yo, el papel del consumidor pasaría a ser preponderante. No es en vano la creencia de que la industria y los consumidores son el motor de la prosperidad de los Estados Unidos[5], así incluso dicho por el presidente Hoover en 1928. Dijo, también, que el crédito es el fluido vital de los negocios, de los precios y del trabajo, alentando aún más la oleada consumista.[6]  
Observamos aquí también, entonces, cómo fue en crescendo la extrapolación de la ley del valor hacia los demás ámbitos de la vida del ser humano. La introducción de los nuevos paradigmas propagandísticos en medios de prensa, la industria cinematográfica, la política y la ciencia, permearon a todas estas ramas de una lógica basada en la obtención de una ganancia, la cual hasta ese momento se constreñía a la producción industrial. Así, el capital logra expandirse generando nuevos mercados, confiriéndole a la producción artística, científica, mediática y política un valor de cambio, el cual se encuentra en función de los patrocinios pagados por las empresas industriales. A la larga, su producción terminaría mercantilizándose y llegaría a ser tranzada en el mercado.
            Con todo lo anterior entendido, se puede observar claramente el vínculo de las estrategias planteadas por Edward Bernays y las teorías de Sigmund Freud. En ese momento, se logró instaurar un nuevo ideal de cultura estadounidense basado en democracia y libertad, precedido por el papel de los Estados Unidos en Europa tras la I Guerra Mundial, y entretejiéndose, sin posibilidad de separación, a dos ideas fundamentales: 1) la de las empresas como motor de bienestar y garantía del progreso y 2) la de la adquisición de sus productos como sinónimo de satisfacción.
De esta manera, se alcanzaría una sociedad controlada y estable, constituida por individuos que creen, al menos, ser felices en la medida en la que ese ideal construido sea alcanzado. Las ideas de Bernays en ese sentido, se sustentaban en que la democracia sólo funciona si la élite controla a los individuos y que lo ocurrido en la Alemania nazi era prueba de que la democracia no funciona.  



[1] El concepto de pulsión en la obra freudiana se refiere a  fuerzas derivadas de las tensiones somáticas y las necesidades del ello. Tienen como objeto cancelar una excitación del aparato anímico, que busca siempre mantenerse estable, mediante su satisfacción.
[2] Esto coincide con la aparición y despliegue del modo de producción fordista.
[3] Aquí, queda fuertemente evidenciada la relación de interdependencia en la que se desarrollan los mercados y los Estados. En línea con lo expuesto por Keohane & Nye (1988), se puede afirmar que la influencia del capital privado ha sido determinante en las decisiones políticas nacionales e internacionales y que, además, dicha influencia limita la soberanía de los pueblos. Además, para Gilpin (1990), el mercado es un promotor de intercambio y fuente de relaciones cooperativas, y es el Estado quien ejecuta las acciones políticas que afectan al primero y que le han conferido un elemento de poder en la sociedad.
[4] Para Freud, el narcisismo es un pasaje necesario en la constitución del ser humano y, en particular, el narcisismo originario, vivido en la primera infancia, se relaciona con la etapa de mayor satisfacción en  su vida, condición que tratará de recrear a lo largo de esta.
[5] “Economic depression cannot be cured by legislative action or executive pronouncement. Economic wounds must be healed by the action of the cells of the economic body - the producers and consumers themselves.”
[6] “Let me remind you that credit is the lifeblood of business, the lifeblood of prices and jobs”

viernes, 13 de julio de 2012

El capital del yo: el siglo del yo.

El siglo del yo      
               En 2002 Adam Curtis -escritor, documentador y productor de televisión para la cadena BBC de Londres- estrenó su documental El siglo del yo, en el cual realiza un recorrido por aquellos descubrimientos del fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, que repercutieron en la evolución del sistema capitalista en el siglo anterior. 
            La primera entrega, de un total de cuatro, titulada Máquinas de la felicidad realiza un extenso recorrido histórico por la política y economía estadounidenses de la primera mitad del siglo XX y algunas de sus repercusiones a nivel mundial. Este recorrido, sin embargo, se encuentra enriquecido por la puesta en evidencia de la relación entre estas políticas y las teorías psicoanalíticas de la época.
            La importancia de la comprensión de los procesos sociales para la psicología no es pocas veces pasada por alto o minimizada. Si bien es cierto que nuestro objeto de estudio es el ser humano y su acontecer anímico, no podemos obviar la relación dialéctica que se establece entre estos y la cultura que acompaña a la vida en sociedad. El mismo Freud fue consciente de esto y de ahí surgieron algunos de sus textos más trascendentales, como El malestar en la cultura.
En el presente texto, se profundizará en los vínculos que se pueden establecer entre dicho texto y los eventos económicos y sociopolíticos mostrados en la primera entrega del documental. Si bien el audiovisual ya logra dilucidar claras relaciones entre las teorías psicoanalíticas y dichos acontecimientos, en algunas ocasiones la terminología utilizada, a fin de simplificar la comprensión para el espectador, no es la más correcta. Parte de mi propuesta es, entonces, lograr ahondar en esto, estableciendo ligazones más directas con la obra psicoanalítica de Freud, específicamente acentuando sobre El malestar en la cultura.
La razón por la cual tomo esta obra como bastión, además de que rebasa en importancia a la sociología, es el contexto histórico en el que fue escrita. Publicado en 1929, su concepción estuvo permeada grandemente por el contexto de la Europa de la I Guerra Mundial y las posteriores crisis económicas. Coincidentemente, en 1929 se produjo también la caída de la bolsa de valores en New York, y así dio inicio una de las depresiones económicas más fuertes del último siglo, desembocando en una grave recesión y desempleo en los Estados Unidos y sirviendo como antesala de la II Guerra Mundial.
Freud, quien ya para estas fechas tenía claros los pilares de su teoría psicoanalítica, había establecido la existencia del inconsciente y de las tres instancias psíquicas; a saber, el ello, el yo y el superyó[1]. A través de esto, logró explicar el papel de la cultura como barrera que impide el libre desarrollo del principio del placer, pero también como construcción necesaria para la vida humana en función de que regulariza los vínculos con el otro y los objetos y de la utilidad que se logra del dominio de la naturaleza mediante el trabajo. Bajo esta concepción, consideraba que el ser humano no es en principio una criatura amable y en pleno control de sus fuerzas, sino más bien que responde a procesos inconscientes de los que no puede dar cuenta. Para Freud, esta visión pesimista del ser humano –según algunos de sus críticos-, era confirmada tras la I Guerra Mundial donde lo ocurrido respondía a una tendencia irracional.
Con este marco, me propongo realizar entonces un análisis del documental tensando los vínculos establecidos, en primera instancia, entre la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud y sus repercusiones en la evolución sistema económico de la época comprendida entre el fin de la I Guerra Mundial y el inicio de la segunda, en los Estados Unidos. En segunda instancia, los establecidos entre los diferentes actores económicos, entendidos como todos aquellos que participan en su producción y conducción. Además, será importante también vincular este desarrollo con las perspectivas actuales. ¿Cuánto de estas políticas que se gestaron en la primera mitad del siglo pasado nos sigue afectando y cómo? ¿Qué repercusiones han tenido en el malestar de los individuos de la sociedad actual? ¿Sería posible, según la perspectiva psicoanalítica, un sistema-mundo distinto?
Sin duda alguna, estas interrogantes podrían ser objeto de estudio en sí mismas; sin embargo, más allá de querer profetizar acerca del futuro, la apuesta es lograr evidenciar no sólo los vínculos entre el psicoanálisis y la economía política de hace un siglo, sino también aquellos que, en su carácter histórico, determinan lo que el mundo, las sociedades y el ser humano son hoy en día. Los acontecimientos mostrados en la primera entrega del documental fueron, sin duda alguna, precursores del modo de producción neoliberal, de la sociedad de consumo y de los procesos de globalización que se han experimentado en los últimos cien años.


[1] Freud dividió el aparato psíquico en estas tres instancias. A grandes rasgos, el ello es inconsciente y allí se encuentran las pulsiones y lo reprimido. Es además, la instancia original desde la que se desarrollan las demás. El yo corresponde a la instancia psíquica que posee acceso a motilidad, es consciente aunque sus raíces están en el inconsciente, realiza el examen de realidad. Responde a las exigencias pulsionales del ello, pero aplica dicho principio para poder alcanzar su satisfacción sin entrar en conflicto con el superyó y el mundo exterior. El superyó, por su parte, es la instancia moral y enjuiciadora, que se desarrolla a partir de las figuras parentales y a lo largo de la vida se va desarrollando según identificaciones posteriores.

viernes, 6 de julio de 2012

Otros paradigmas en la educación

En nuestro país, el sistema de educación general básica incluye dentro de su malla curricular la asignatura de ciencias, cobijando a la biología, la física y la química, las cuales son separadas en los últimos dos años de estudio. Excluye por completo a las ciencias sociales, las cuales son relegadas a la categoría de estudios. Ignora casi por completo la psicología, la antropología y la política, y a lo sumo se dedica a puntualizar hechos históricos y no a elucidar cómo cada uno de ellos es una base sobre la cual descansa nuestro vivenciar actual. Una apertura hacia paradigmas distintos de la ciencia repercutiría en al menos dos componentes sumamente importantes de la vida humana y de la sociedad: la salud y la política.

Desde mi punto de vista, el acontecer anímico del ser humano se encuentra indisolublemente ligado a su acontecer físico. Por ello, el concepto de salud involucra a ambas variables, aclarando que, en realidad, no seria tan siquiera posible concebir una división en estos dos componentes. Es mucho más que la simple ausencia de dolor, que es la concepción de la medicina. Aunque hoy en día esta rama, y en general la sociedad, acepta esto, se hace nuevamente dentro del marco de la salud física, en función de la eliminación del dolor del paciente. Es común, por ejemplo, escuchar que al enfermo le motiva que lo visite su familia y así curará más rápido, o con mejores resultados. En lugar de salud, propongo utilizar el término bienestar, que es mucho más amplio.

Sin embargo, poco ha repercutido este conocimiento en materia de políticas sociales. Así entendido, el bienestar de un individuo está íntimamente ligado con sus satisfacciones. Con su posibilidad de generar relaciones placenteras en su familia y con su medio y de esta manera satisfacer sus deseos. Está también vinculada con su capacidad de expresión, y de reconocer, pero no sentirse oprimido por, los mandatos culturales. Una sociedad de individuos satisfechos es también una sociedad de individuos que se encuentran en una mejor posición para tomar mejores decisiones. Existe, no obstante, otro componente, antagonista del desarrollo cultural, y es que la mera satisfacción individual llevaría inevitablemente al caos social. Es aquí adónde entran en juego los límites impuestos por la cultura, en un juego donde el ideal es alcanzar un balance para el beneficio de ambos.

Para lograr lo anterior, no podría vacilar en hacer el más grande de los énfasis en la educación. Más allá de la concepción capitalista de "movilidad social" que se constriñe a una visión primordialmente económica, una buena educación permite a los individuos no sólo formarse para salir a competir al mercado laboral, sino también para sublimar sus pulsiones sexuales y agresivas. Esta energía, ahora utilizada en el entendimiento, permitiría primeramente que los pueblos abran sus ojos ante la opresión y, a partir de ello, implantar las críticas y los cuestionamientos que abrirían el camino para un cambio en la sociedad. Mientras que hoy en día estas pulsiones están dirigidas hacia los objetos de consumo y la satisfacción está completamente apegada a la obtención de los mismos, un nuevo orden implicaría suplantar estos objetos por otros que también permitan disminuir las desigualdades. La educación es uno de ellos, pero no el único. 

En el sistema educativo actual, se eneña sobre la segunda guerra mundial pero no sobre cómo ésta muestra sus efectos en los acontecimientos de hoy en día. No se enseña cómo estos eventos históricos han construído el mundo en el que hoy vivimos. Cómo la crisis económica de 1980 y las políticas para superarlas puestas en práctica en 1990 devino en el modelo neoliberal que se mantiene vigente aún hoy, y también mañana. Ni de dónde vinieron esas políticas y a qué intereses respondían. Y cuál fue la posición de nuestro país ante estas coyonturas y cómo estas afectaron lo que hoy vivimos. Qué era necesario hacer, adónde nos equivocamos y cómo podría ser mejor.

Así, formando ciudadanos que reconozcan que la política, la economía, la sociedad, la cultura, la democracia, la idiosincracia y muchos otros componentes de nuestra vida cotidiana son construcciones históricas del ser humano, sería posible que también reconozcan la importancia, como seres humanos que también son, de su participación en la construcción de un mejor mundo (o un mejor país, para comenzar).  Esto requeriría una reforma sustancial del sistema educativo que ha privilegiado a las ciencias duras sobre las ciencias sociales. Y va más allá de repetir el trillado concepto de democracia participativa y deber cívico.

Es por todo lo anterior que se debe mantener vigilancia sobre las políticas en materia de educación del país, especialmente con lo respectivo al préstamo del Banco Mundial para el sistema de educación superior. La implementación del Plan Bologna, que desdeña a las ciencias sociales, ha llegado a tierra costarricense y es pertinente evitar cualquier política que intente reducir el sistema educativo al cumplimiento de los intereses del capital.

En síntesis, el énfasis que se le da a las ciencias positivistas dentro del sistema educativo equivale a dar una visión muy liimtada del mundo, la misma que permite la perpetuidad del sistema. No existe mejor porvenir para una sociedad que el llega cuando alcanza el desarrollo integral de todos sus individuos. Sin embargo, para alcanzar ese desarrollo integral, se debe alcanzar primero el desarrollo intelectual -no entendido éste bajo la concepción cuantitativa que usualmente se le da- que permita a los ciudadanos apropiarse de su destino y comprender el devenir histórico que desencadenó las situaciones actuales. Con esto, lograríamos inhibir nuestras pulsiones hacia la meta de la convivencia social, esperando alcanzar el equilibrio entre la satisfacción personal y el programa social.    

martes, 3 de julio de 2012

La internacionalización del capital


La internacionalización del capital es un proceso que permite, una vez más, evidenciar la dinámica de la interdependencia de las naciones. Por un lado, las transnacionales buscan ampliar sus mercados –de mercancía, de trabajo y de capital- pero por otro, los Estados Nación imponen sus condiciones, amparados en su soberanía. Estas condiciones van desde las garantías sociales vigentes hasta los aranceles a los productos que estas compañías requieren importar (materias primas) o exportar, pasando por la estabilidad política, económica, social y del sistema educativo de los países.

En la actualidad, es palpablemente manifiesta la lucha de intereses entre estas dos grandes fuerzas en la discusión sobre el sistema de educación costarricense. Las empresas trasnacionales, a través de organismos internacionales como el Banco Mundial, requieren mayormente de mano de obra técnica y barata –sí, aún tratándose de profesionales egresados de la educación superior- y no de profesionales en el campo de la investigación, la innovación y la creación. A través de la implementación del Plan Bologna, se busca que los sistemas de educación superior estén cada vez más al servicio de sus intereses. En lo cotidiano, se escuchan o leen frases tales como “hay que adaptar el sistema educativo a los nuevos tiempos”, hay que responder para “darle trabajo a nuestros jóvenes”.

Sin embargo, por este mismo proceso, ese trabajo es cada vez más precario. Los países, que debido al mismo entran en una fuerte competencia entre sí por la atracción de capital extranjero, se ven forzados entonces a flexibilizar su legislación laboral en aras de la muy ansiada competitividad. Entonces, no sólo las empresas deben seguir ese paradigma dentro del capitalismo, sino que los mismos Estados-nación comienzan a funcionar como gigantes empresas administradas por las clases opulentas de los países. Aunado a esto, se firman  tratados de libre comercio que flexibilizan, algunas veces hasta llegar a eliminarlos, los regímenes arancelarios. En Costa Rica, por ejemplo, las ganancias sobre el capital financiero no pagan impuestos. Hoy en día, tenemos un vicepresidente directo desde la gerencia del Scotiabank que logró declarar al Mercado de Valores como de interés nacional. ¿Realmente lo es? ¿Qué beneficio obtiene el pueblo del desarrollo de este mercado?     

Para las transnacionales, la internacionalización alcanza varios objetivos. Primeramente, permite maximizar la ganancia gracias al empleo de mano de obra más barata que la que conseguía cuando su operación estaba restringida al plano nacional. Además, permite ampliar sus mercados y, con ello, dinamizar la circulación del capital. Posibilita también ampliar el mercado de venta de sus productos En Costa Rica, la marca Intel cuenta con mayor respaldo que sus competidores, en parte porque prevalece la idea de que hay trabajo tico detrás de sus productos. Esto también justifica por qué no se escucha mayor queja sobre los privilegios en tarifas eléctricas que se le dan a esta y otras transnacionales, con el consiguiente aumento de las tarifas para el usuario común o la asunción de las pérdidas por parte del ICE.

De esta manera, se demuestra el poco margen de maniobra que poseen realmente los gobiernos bajo este modelo de desarrollo que ha venido a desmantelar el estado de bienestar construido durante el tercer cuarto del siglo XX. Pero, por supuesto, que los Estados también imponen sus condiciones e influyen el funcionamiento de estas empresas. Para el capitalismo es además necesario que exista esta lucha ya que necesita de la existencia del Estado. Si el mercado laboral no siguiese siendo hoy en día de carácter nacional, por ejemplo, no se sostendría la diferencia salarial o de privilegios entre un país y otro. Si las fronteras no existiesen, se imposibilitaría también la salida del país de un producto ahí fabricado, para luego regresar empacado con un valor muy por encima del que realmente costó fabricarlo.

En síntesis, la internacionalización del capital demuestra la interdependencia compleja entre las naciones. Evidencia la lucha entre los poderes corporativos y las soberanías nacionales. Pone de manifiesto la dirección de las políticas dictadas por los organismos internacionales, así como la precarización del trabajo y la limitación del poder decisión de los Estados-nación. Asimismo, muestra que estos, a pesar de un discurso plagado de alusiones a la eliminación de las fronteras, siguen siendo necesarios para el funcionamiento del sistema, ya que perpetúa la explotación según la división internacional del trabajo, lo cual además lleva a la polarización estudiada anteriormente.       

Bibliografía consultada: 

Amín, Samir. La Internacionalización del Capital en: Globalización y Sistema Mundo. 1998. Pp. 31-58