viernes, 20 de julio de 2012

El capital del yo: La sobreproducción del deseo y la crisis del bienestar

La sobreproducción del deseo.
            Hacia finales del siglo XIX, Estados Unidos ya se había consolidado como una nación con una economía mayormente industrial, tomando incluso liderazgo en muchas áreas. Los trabajadores se asentaban ahora alrededor de zonas urbanas, en donde se ubicaban también las fábricas, y así comenzaron a surgir las grandes ciudades de los Estados Unidos, con Nueva York a la cabeza debido a sus características geográficas y su puerto, por donde ingresaron millones de inmigrantes europeos en busca de trabajo.
            Debido a los avances propios de la revolución industrial, que devinieron en una mayor productividad, la preocupación ahora se centraba en la amenaza de sobreproducción. El gobierno estadounidense y los altos mandos de sus empresas necesitaban generar una estrategia. Detrás de la misma, radicaban algunos de los conceptos centrales del psicoanálisis, en específico de Sigmund Freud, que se habían formulado hasta el momento. Sobresalían las ideas sobre el inconsciente, la teoría de la libido y algunas de sus construcciones respecto al ser humano y la sociedad.
Parte de la teoría que Freud se encontraba desarrollando establecía que el principio del placer rige la vida pulsional[1] del ser humano. Es decir, todas nuestras acciones, aun cuando sean suscitadas por fuerzas de las que no podemos dar cuenta, tienen como meta restablecer el equilibrio del aparato anímico y a cancelar el sentimiento de displacer o suscitar uno placentero. Con esta base, se comprende que la tarea de los políticos y empresarios de la época consistió en lograr que los ciudadanos vinculasen los productos de consumo con su propia satisfacción.
Antes, los productos eran concebidos como artículos para suplir alguna necesidad. Es decir, se intercambiaban en función de su valor de uso, de acuerdo a su utilidad. Logrando que fuesen adquiridos en función del deseo, se alcanzaría que estos fuesen remplazados no al agotar su vida útil, sino en función de cómo hacen sentir al individuo. Esto tuvo sus repercusiones en el esquema de intercambio comercial, donde los precios ahora también reflejarían un valor agregado y la tensión entre la oferta y la demanda. Esto ocurría antes únicamente con los artículos de lujo; el plan consistió en universalizar esta lógica para todas las clases sociales[2].
En el documental queda claramente demostrado como esa ligazón entre bienestar y consumo fue obra de Edward Bernays –sobrino de Freud-, relacionista público quien fue el primero en acuñar el término, y quien estuvo a cargo de la propaganda política y empresarial de los Estados Unidos en buena parte del siglo XX. Bernays también trabajó para la CIA, gestando programas para la manipulación de las masas, en beneficio de los objetivos políticos de los Estados Unidos.

La crisis del bienestar. Estado vs capital privado.
            Entonces, ante una sociedad industrial que corre el peligro de sobreproducción, la respuesta la ofrecieron los grandes bancos de los Estados Unidos. A inicios de década de los 20, financiaron la creación de los primeros grandes almacenes por departamento. Tras ello, sobrevino el despliegue publicitario creado por Bernays. Durante esta época, se utilizarían por primera vez estrategias como la colocación de marcas en los filmes, la utilización de actores y actrices reconocidos para promocionar ciertas marcas, la publicación de estudios científicos cuyos resultados favorecían a una industria en específico, etcétera. Una nueva manera de manipular las mentes de las masas se había creado. Cuando antes la publicidad promocionaba los productos en términos de su funcionalidad, durabilidad y calidad (era basada en hechos), ahora se realizaba basada en la creación de identificaciones del yo con esos objetos.
            Las consecuencias en el plano económico de la puesta en acción de toda esta armazón capitalista se evidenciaron incisivamente en el colapso de la bolsa de valores, el 29 de octubre de 1929. Como ya es conocido, esto devino en una de las mayores crisis del sistema capitalista del último siglo. Años más tarde, aún buscando salir de la crisis, el presidente Roosevelt, quien llegó al poder en 1933, pondría en marcha el New Deal, que sienta las bases para un nuevo modelo de desarrollo, el del Estado benefactor. Esto,sin miramientos, tendrá grandes efectos sobre la organización de la economía.
A la vez que el individuo se recoge en sí mismo tras las consecuencias de la crisis y los efectos de la I Guerra Mundial, el plano político sigue una misma tendencia a centrar los esfuerzos en un desarrollo interno, no dependiente de los vaivenes del exterior. En ese sentido, las políticas intervencionistas ayudaron para redistribuir la riqueza, nacionalizar empresas, poner en práctica reformas laborales en beneficio de los trabajadores, etcétera. No obstante, estas ideas no eran bien recibidas por los empresarios, a favor del libre mercado.[3]
            Ante esta coyuntura, la respuesta de los capitalistas se fundamentaría una vez más en la nueva concepción de ser humano elucidada por Sigmund Freud. Esta vez, la estrategia consistió en lograr vincular el ideal de bienestar de la sociedad estadounidense con las empresas capitalistas. Así, se vendió la idea de que las empresas son el motor de (los Estados Unidos de) América y que de su prosperidad dependía la de toda la sociedad. En 1939, en la World’s Fair de la ciudad de New York, la General Motors, asesorada por Bernays, presentó Democracity, que podría traducirse como Democraciudad, donde se mostraba la maqueta de una ciudad futurista con autopistas de alta velocidad y altos edificios. Esto fue también respaldado luego por la cobertura mediática.
            En El malestar en la cultura, Freud dice que los dos objetivos fundamentales de la cultura son la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres (Freud, 1992, pág. 88). Las religiones, y sus representaciones de dios, responden a un ideal de esa cultura. Sin embargo, la revolución industrial y tecnológica ha dotado a los seres humanos de órganos auxiliares que le han permitido acercarse a ese ideal, alimentando así su narcisismo, entendido bajo la concepción freudiana.[4]
            Por otro lado, logrando crear ese vínculo, en apariencia inseparable, entre las empresas y el bienestar del individuo, estos se tornarían a su favor. El Estado comenzaría a ser concebido como un ente restrictivo, versus el mercado que se presenta como una entidad libre, autorregulada y gracias al cual los individuos pueden alcanzar su satisfacción a base de trabajo y consumo. En el texto de Freud, existe una hostilidad hacia la cultura que está precisamente en función de la restricción que ésta impone al cumplimiento del principio del place. Lo que aquí se logró fue volcar esta hostilidad hacia la figura del Estado y asociar la libertad del mercado como garante de la satisfacción propia.
El psicoanálisis permitió ligar los procesos políticos y económicos con las más profundas aspiraciones del ser humano, lo cual desembocó en una resignificación de los ideales del individuo. Ahora, con productos que se presentan como objetos de placer y como una expresión exterior del yo, el papel del consumidor pasaría a ser preponderante. No es en vano la creencia de que la industria y los consumidores son el motor de la prosperidad de los Estados Unidos[5], así incluso dicho por el presidente Hoover en 1928. Dijo, también, que el crédito es el fluido vital de los negocios, de los precios y del trabajo, alentando aún más la oleada consumista.[6]  
Observamos aquí también, entonces, cómo fue en crescendo la extrapolación de la ley del valor hacia los demás ámbitos de la vida del ser humano. La introducción de los nuevos paradigmas propagandísticos en medios de prensa, la industria cinematográfica, la política y la ciencia, permearon a todas estas ramas de una lógica basada en la obtención de una ganancia, la cual hasta ese momento se constreñía a la producción industrial. Así, el capital logra expandirse generando nuevos mercados, confiriéndole a la producción artística, científica, mediática y política un valor de cambio, el cual se encuentra en función de los patrocinios pagados por las empresas industriales. A la larga, su producción terminaría mercantilizándose y llegaría a ser tranzada en el mercado.
            Con todo lo anterior entendido, se puede observar claramente el vínculo de las estrategias planteadas por Edward Bernays y las teorías de Sigmund Freud. En ese momento, se logró instaurar un nuevo ideal de cultura estadounidense basado en democracia y libertad, precedido por el papel de los Estados Unidos en Europa tras la I Guerra Mundial, y entretejiéndose, sin posibilidad de separación, a dos ideas fundamentales: 1) la de las empresas como motor de bienestar y garantía del progreso y 2) la de la adquisición de sus productos como sinónimo de satisfacción.
De esta manera, se alcanzaría una sociedad controlada y estable, constituida por individuos que creen, al menos, ser felices en la medida en la que ese ideal construido sea alcanzado. Las ideas de Bernays en ese sentido, se sustentaban en que la democracia sólo funciona si la élite controla a los individuos y que lo ocurrido en la Alemania nazi era prueba de que la democracia no funciona.  



[1] El concepto de pulsión en la obra freudiana se refiere a  fuerzas derivadas de las tensiones somáticas y las necesidades del ello. Tienen como objeto cancelar una excitación del aparato anímico, que busca siempre mantenerse estable, mediante su satisfacción.
[2] Esto coincide con la aparición y despliegue del modo de producción fordista.
[3] Aquí, queda fuertemente evidenciada la relación de interdependencia en la que se desarrollan los mercados y los Estados. En línea con lo expuesto por Keohane & Nye (1988), se puede afirmar que la influencia del capital privado ha sido determinante en las decisiones políticas nacionales e internacionales y que, además, dicha influencia limita la soberanía de los pueblos. Además, para Gilpin (1990), el mercado es un promotor de intercambio y fuente de relaciones cooperativas, y es el Estado quien ejecuta las acciones políticas que afectan al primero y que le han conferido un elemento de poder en la sociedad.
[4] Para Freud, el narcisismo es un pasaje necesario en la constitución del ser humano y, en particular, el narcisismo originario, vivido en la primera infancia, se relaciona con la etapa de mayor satisfacción en  su vida, condición que tratará de recrear a lo largo de esta.
[5] “Economic depression cannot be cured by legislative action or executive pronouncement. Economic wounds must be healed by the action of the cells of the economic body - the producers and consumers themselves.”
[6] “Let me remind you that credit is the lifeblood of business, the lifeblood of prices and jobs”

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